lunes, 8 de octubre de 2012

La salvación

Un día claro como la claridad de un sueño.

En el baile de las estaciones la juventud busca
el efímero paso del color, la lluvia innecesaria
o la conversación sin verbos de una ausencia.

El misterio es gris, las puertas de los bares persisten
completamente abiertas, tras los visillos las hembras
no ansían un latido.

Hay en mi, alfiles de ardor, pensamientos que viajan
en las letras sencillas de un relato, fines de semana
de piel injusta que se vacían en los torrentes del aire.

¿Y tú, que ya no exhibes los ojos de la mentira,
que te has vuelto corazón o atmósfera o quietud?

Pero el silencio vaticina juegos innombrables
cuya memoria es ágil, indolora, perfecta.

En el futuro las playas no existirán y un infantil
camino de rododendros dará sombra al pudor
que abandona tus mejillas.

Hoy duermo la duda y amamanto la conciencia
del inconsciente con agujas que clavo en mis collares
negros.

Vendrá el soliloquio del dolor, su forma sin mensaje,
sus aludes en un film desconocido, su máscara que desnuda
a la palabra hostil.

Y después la sinfonía de los coros como un ayer de espinas.

Sin nombre el tiempo de la culpa, sin verdad la sinrazón
de una carne hollada.

Si miras de frente a los ojos del sátiro, si tocas su infinitud
-que es un metal oscuro, habitado por ese monstruo llamado
desprecio-con manos de ángel, si caminas calle abajo como
si el abismo fuera hielo o fuera la longitud del frio un sucio
alambre o la incomprensión una simple huella que robara
al temor su lapidaria sentencia.

Si en fin, ya no tuvieras detrás el ladrido
de esa innumerable prole a la que designamos miseria,
tal vez, solo tal vez, la salvación desclavaría su amargo
eje, sus pómulos de platino y una brisa de mar, un aroma
de flor nueva, un rayo de sol primero, un labio de mujer,
se posarían en tu piel como una bienvenida.

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