domingo, 3 de noviembre de 2013

Entre el ayer, el hoy y el mañana

¿Cómo diluir la arquitectura perfecta del ayer
con los ecos de una frase olvidada? Aún
y a través de tus piernas de niña adiviné
la cal del futuro. Había un nombre cuyo
ovario deslució la sincronía. De pronto
las raíces del color y un juego de hojas
inútiles como las aspas limpias del verano.
El automóvil cruza ventrículos de mar,
soñadoras espigas, campos que asumen
la singladura de un príncipe. La juventud
regresa y late junto al miedo, se ensombrece
con los pasos simples de la infancia, hasta
que llega el éxtasis de las horas ambiguas,
las noches de serpentinas blancas, la música
que ambiciona los señuelos de la piel o sus
especias. Nada dura más que un latido del
universo, el rayo o la fugaz quimera de una
ilusión, el asombro que miente en el día
de los horarios. Falta un beso de jazmín,
injusto como el mensaje de un dios o el
arlequín que enfunda un sol en su mentira.
Una vez quise ser ojo de renuncia, me probó
la luz de una pierna imposible, la piel rota
guarda estigmas que dividen el pensamiento
en calor y mortandad. Elegí la rubia atmósfera
de los pilares siempre vivos, aún a sabiendas
de que su leve tajo callaría con los años como
tiempo desnudo, invertido, clepsidra paciente
del hoy.



















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