sábado, 8 de febrero de 2014

La extrañeza

Oscuro el ruido de los cuerpos,
su disfraz de melancolía y astucia.

Nadie conoce el lugar ni el orden
ni los horarios del día.

La llegada es un ejercicio de miembros,
una extraña pulcritud de muebles desportillados,
un parasol de palabras sobre lenguas viscosas
como un fango alegre.

Pronto sabré que mi destino vuela
en la disposición de los gestos dulces,
en el mercadeo de las frutas o en el leve visaje
de mi testuz.

Pero mis labios quieren un sur de hilos
donde la lógica sea bandera de rutinas,
espejo útil de amapolas
que florezcan pretéritas
como pensamientos de la edad.

Todos los días un repliegue de pasos
va dejando babas de nostalgia
en mi cicatriz.

Y se añoran los espacios vacíos,
las madres de suaves falanges,
la piel de una semilla
joven, libre,
tal vez neutra.

A espaldas del mar los sueños semejan
un epitafio de consignas,
horas sin pájaros, latitudes innombrables
que adornan los galones
de lobos ágiles y ceñudos.

¿Qué hago aquí con mis heridas de luz,
cuadrúpedo de esperanzas rotas,
dermis bruñida por el frío
que es sangre o canción?

Afuera de los ecos, la gentes viven
entre cálidos arrecifes, esperando
las noches de máscaras,
cualquier túnica cuyas alas viajen
hacia el rayo verde de una ilusión.

Yo siento la extrañeza de mi origen de agua,
mientras las silabas que arrastro
no me nombran,
no me nombran.


2 comentarios:

  1. Me encanta Ramón, me encantan estos versos. Qué pena que nos pille tan lejos y no podamos departir de poetas y poesías. Enhorabuena. Un abrazote. Tino.

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  2. Gracias por la visita, Tino, y por las amables palabras que le dedicas al poema.

    PD Quien sabe, tal vez algún día podamos hablar de poesía tomándonos un café. Un abrazo, amigo.

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