lunes, 23 de junio de 2014

Diario de un provinciano

Hay que poblar el vacío.

Descubro la memoria de la urbe,
los vericuetos que llevan al refugio,
las rutas inefables del color.

Días de ojos sin tránsito,
los murmullos de la vecindad se extienden
como un río de palabras, el caudal de los meses
que espían mis cejas oscuras, la piedad de las cadenas
que habitan la música de los ángeles son un vaticinio
o una prueba de la sed que guardo.

No rugen televisores en la quietud de las horas,
canta el niño-niño su canción inacabada,
sueña mi rebeldía con caderas verdes
mientras el reflejo del níquel devuelve la curva
de mi rostro a su condición ingrávida.

Tras el teatro del cristal pasan autobuses rojos,
cruzan la histeria de las nubes
gorriones de plata,
azucenas de polvo se estiran hacia un cielo
de humo.

No sé qué espero, ni si ambiciono
otra cosa que el silencio.

A veces la lujuria vaga conmigo
en suburbanos de látex,
otras veces los párpados de una biblioteca
me dicen que aún hay esperanza
entre la sordidez
y la mentira.

Supongo que se trata de vivir, de echar los dados
sobre alfombras ciegas.

¿Vendrá la noche a desnudarme,
o habrá una flor,
un labio, un pan o un verso
que me caliente?

Cuando miro la terrible negritud del asfalto,
los árboles exhaustos,
el ruido inconsolable,
pienso en la caricia del mar,
en el círculo del azul,
pienso en mi locura.

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