sábado, 28 de febrero de 2015

Días de hospital



Este cuerpo vive en el ayer
pero su silencio ansía el hoy.

Nace el dolor como una isla rota,
su efluvio es de marea,
de mar desatado,
de canción absurda.

De pronto el dia pierde el lujo de lo exacto
y el aire, temerario, tiembla en la luz
como un faro dolido.

Mi edad se cubre de piel,
mi conciencia ya no habla,
el descenso es un agujero oscuro
sin límites
ni voz.

Necesito creer en el porvenir,
porque hay cosas que aún están formuladas
como un dígito en cuadernos por escribir,
porque la inocencia descubre el espacio y la llaga
que los años han dejado en la memoria ahíta,
porque los hijos empiezan a extender sus ramas
contra el azar y la duda,
contra la lid
del odio.

Vagan frente a mi sombras con adjetivos alegres,
de vez en cuando
la pauta de esa virtud objetiva
que llamamos protocolo
entrega mis huesos, mis vísceras, mi dolor
a la luz proscrita de los rayos,
a las jeringas de cristal puro,
a los tuétanos de plástico
que gotean su razón
como humus de bienvenida.

No veo pájaros,
sólo escucho su adiós
desde mis ojos sin paz.

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