jueves, 7 de mayo de 2015

La juventud exhausta



Mi sol caducó en el horario de las serpentinas.

Demasiado joven para el músculo
de la vida lunar, sin entender los márgenes de la lluvia
o la abstracta monstruosidad
de los bares rotos.

Habia cremalleras
o ventanas
o cristales
que auguraban ídolos múltiples,
lloros en los tabernáculos de la conciencia.

Si, porque la juventud no dibujaba el collar de la costumbre,
su raiz vencía amapolas
en el pálido despertar del misterio.

Mi voz creyó en la sed de las estatuas,
cada dia el corazón de los almanaques
regresaba al cálculo de la insensatez,
despertaba a la noche.

¿Volverá el eco de los peces dormidos,
el algodón estéril de las dudas febriles,
la pasión acerada por la luz de los vicios
en los paraísos de la piedra
o la desnudez
de ser yo en el yo de mi voracidad?

Algunas veces mi memoria finge vivir en lo alto de un dios,
me acorrala, insiste en su cansancio de brújula,
en el invierno insoslayable de mis calcetines gastados.

Entiendo el porqué de la gratitud,
los versos no riman en los escalones impares,
quiere el tiempo un rojo pétalo
o la verdad de un futuro
que deje de anticipar el milagro.

Ah! del rubor en los clandestinos catres del mediodía,
ah! de los rododendros cuando ya no miran el sexo
ni descubren el soliloquio fértil de los fantasmas.

En el secreter que guarda la preguntas
como sonajeros rancios
mi verguenza es el latido del devenir, el infantil recuerdo
de una imagen que no me evoca
ni ha dejado su incendio o su perfume,
su nada duradera en el osario imberbe de la caducidad.












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