lunes, 22 de junio de 2015

Orestes o la venganza imperfecta



¿Por qué hay sombras en los pechos más puros?

La victoria es un árbol
que magnifica el desencuentro.

Mi orgullo sin pasión recuerda lo que no vi
en las tempranas rocas del dolor.

Lejos, en las áridas praderas del exilio,
incauto como un lobo entre las vides de la dulzura
hasta el brillo y los eclipses que saludaron mi puñal
con hojas de acanto y muerte.

Oh,tú! hermana que no lloras,
lánguido el tronco de tu verdad
como presagio de un destino necesario y múltiple,
como largas túnicas que se visten de sangre
en el aullido del no ser.

Mi victoria recibe ecos de incansables páramos,
de gritos que hieren mi razón con coros de penumbra.

Las Erinias, sí, espantosas como caballos sin bridas,
rojas igual que dentelladas de un sol inclemente.

Me seduce el mensaje que dice no al misterio.

Hay una travesía hacia templos sin mar,
en la cúspide dormita la diosa,
arrodillada en la piedra,
desnuda como un mapa de sal.

Yo no entiendo el clamor de las llaves oscuras,
en el seno de mi raíz perdida
surge la estación de la dicha
con coronas de añoranza.

Y volver a la ciudad, al reino, con dalias negras
sin entender que el sacrificio es una mentira
para que en los confines de la igualdad
yo sea el último espejo que revienta la lógica
y encumbra el abismo
como una huella ignota.

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