martes, 20 de octubre de 2015

Cenicienta o la esperanza de ser

El hogar fue un signo o un párpado que muere.
¿Tengo la edad? Como una liana que arrastra
el desamparo son las sombras que me cubren.
¿Quién sino yo, con mi timidez de cristal, quién
herida por el deshonor no entendería otro mundo
que el escenario triste de la ambivalencia?. Dicen
que el destino es la marca de dios, pero hay una
luz en el corazón de la libertad, la llamada de un eco
entre baldosas amargas que alguna vez vibran.
Con mi cuerpo y este ropaje de suciedad y telarañas,
de inviernos en que la lumbre estalla en mi delantal
y me cubre de hebras grises, con el cansancio que
quiebra mi espalda y enciende el canto de los ratones,
la lágrima oscura de un epitafio. Descubriré lo irreal
como una llama fiel que me convoca ¿Qué desconsuelo
habita entonces en la fatalidad, dónde el maquillaje
que no perdona la virtud?. Guardaré la magia que un
vestido devuelve a la luz, el misterio de la metamorfosis
de los pequeños pies en los susurros de la medianoche,
la cálida sensación de volar junto al color de una
calabaza alegre, el latido de descubrir que el cuento
imposible es para siempre, sí, para siempre pero
posible.

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