domingo, 1 de noviembre de 2015

Aquella maestra



Desde la ternura de una niñez perdida
la imagen llega fiel
como una caricia.

No sé su nombre ni qué palabras dijo,
no sé si es la misma
que hoy me observa
desde una fotografía escolar.

Quizá sus manos ajadas
ya no puedan recoger el lamento del azul
ni en su falda las palomas del cariño
arriben como pájaros perdidos
entre la oscuridad y el frío.

Es suficiente un rostro amable
para que la calidez germine
entre las hojas que nacen a la vida.

Me acompañó
con la dulzura de quien transita lo efímero,
su voz pesaba igual que un canto mudo,
su fragilidad media el territorio de la flor
cuando el aire
la malea.

Somos niños
los que habitamos el retrato de una edad
que sucumbió a la alegría.

¿Dónde estará la gracia de su corazón,
en qué remoto país
vive el cuerpo que dibujé
con los colores de un abrazo?

Hay rosas
que como ella
nunca mueren
del todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario