viernes, 28 de abril de 2017

El niño eterno


A mi primo José que padecía síndrome de down

El árbol débil tiene raíces profundas. Un amor constante
de abrazos inconclusos, la voz que ríe en sus adentros
como si la vida fuera el roce de un ángel tras los labios festivos.
Quisiera comprender la astucia blanca de sus sueños,
quisiera la gratitud que abre sus alas a la proximidad
y nunca destruye la luz. Quisiera la baraja donde
no existen reyes cuando las manos comban los símbolos
y no hay naufragio, solo el tacto que se acostumbra al silencio.
Recuerdo la manera invencible de cantar las canciones,
los muñecos de plástico que nunca abandonaron sus dedos,
la risa noble igual que un don entre las horas sin refugio.
Aprende a vivir en la semilla si amas la ingenuidad
de los infantes. Hay en la extrañeza flores de melancolía,
para mí no, para mí el paraíso siempre amanecía con el fragor
cálido de su ternura, bienaventurado José que morarás
conmigo entre las olas sin regreso de la niñez perdida.

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