martes, 30 de mayo de 2017

Campanilla o la visita del hada



De pronto te muestras en la penumbra
de mi habitación solitaria,
ejerces el vuelo ambiguo de las mariposas perdidas
o la grácil astucia de las arañas
que viven en un reino de luz amorfa.

Sin rubor
como en una latitud ignorada
te desnudas sobre mis omóplatos
y te crees inmensidad
o al menos archipiélago salvaje,
ignorado-virgen tú-,
quizá dolorida por la amnesia de haber soñado
un bosque donde relucen las margaritas invisibles,
las fuentes, los mirlos,
las gallardas palomas
de plumas ávidas.

Te enorgullece ser imagen de aquel país de nunca jamás
oculto bajo los almohadones de los niños felices
y dibujas un augurio en los cristales de la imaginación,
en el amoroso cansancio de los labios
que sonríen después de acariciar ese brillo de estrellas
con que desentrañas la realidad
y la conviertes en ríos de lujuria,
de juegos o sinrazón.

Nunca dejes de volar junto a mí,
tus alas saben de mi piel suave,
tu transparencia habita esta memoria sin madurez,
la que vuelve a ti, a tu sorpresa,
al capricho que emana de la bondad desconocida
de la que eres artificio, pirueta de luz,
culmen que vibra hasta el confín de mi alegría
o de mi inútil sueño.

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