miércoles, 5 de julio de 2017

Castilla(paisaje estival)



Es hermosa esta pasividad descarnada. El paisaje
solo admite un color, la mies y la espiga se cimbrean
levemente con el canesú de las novicias, pájaros
que acribillan el azul desde el silencio de sus alas,
a contraluz del tiempo, dibujan signos de complicada
perífrasis que me esfuerzo en comprender. Hay
en la soledad de los campos una magia antigua
-líneas eléctricas sin vida, paredes de adobe desportilladas,
el riego de las arañas metálicas, la escuálida dignidad
de los ganados-de hogueras extinguidas, firmamentos
de luceros, serpientes bajo túmulos perdidos, herramientas
como estatuas olvidadas en medio del perdón. Y un horizonte
que imagina el agua de los espejismos en la claridad perpetua
del verano. Tú y yo somos retina que viaja en este auto inmóvil,
un aire vencido por la canícula que asfixia nuestra mirada
como hierro fúlgido o cruz que arde en la fóvea de los iris.
Estamos llegando, amor, al paraíso de las huríes, al vergel
donde habita la sombra de los exiliados. Aunque tú no lo veas,
y yo solo sueñe un oasis en tu nuca perlada, en tu húmedo labio.

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