jueves, 3 de agosto de 2017

¿Por qué tendría que cuestionar la vida? No quiero volver la mirada a un pasado que no duele en la piel ni palpita en el corazón, estoy a gusto en la incertidumbre del hoy que llega con sus ropajes nuevos, indiferente a todo mi existir, al antiguo y al que vendrá, dándome su mano etérea de fuego o de frío, fósil como la eternidad, vívida como un tránsito de pájaros sobre un cielo efímero. Luz y sombra, sueños y mentiras, el desnudo amargo de una decepción, el ósculo del amor, la fantasía y la ternura de los films añejos, las calles que he dejado de reconocer, las personas que han muerto sin morir, las que han llegado para quedarse en mis ojos y me dan su calor, su amistad, sus temores que reconozco míos, aunque sienta que un día pueden partir sin que yo sepa por qué. Y, también, todo lo que me ata a los días sin hambre, oscuros, neutros, repetidos en albas y ocasos, rutinarios, con su mecánica de reloj sumiso, mi trabajo, mi familia, este papel donde escribo sobre minutos que no volverán, en plenitud, consciente de la muerte, del sin valor de estas palabras, de mi respiración, de la imagen que vive ahora en mi retina y se extinguirá antes de que sea capaz de decirla. ¿Por qué, entonces, tendría que cuestionar la vida si me da a la vez memoria y olvido, un presente y un mañana sobre el que nada espera mi consciencia?

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